La verdad es que la última vez que visité este sitio que tan cerca de casa me queda fue con mi hermana y en verano, pero siempre puede ir uno a pasearse por allí y a pasar un rato de lo más agradable... así que el post continúa teniendo validez.
Aunque lo cierto es que poco puedo decir que sea original: simplemente, que es todo un gusto caminar por la que fue la morada de un pintor como este, compartiendo la hermosura de sus espacios y la sensibilidad que le inspiró a protegerlos (gracias a los cielos que compró la possesió de Son Boter y la salvó de la quema... y no me imagino la cara que debió poner cuando le metieron delante semejantes mamotretos de edificios inútiles). Y si bien la obra del artista que hay en el museo no es precisamente la mejor ni la más representativa de todas, nada se puede comparar al hecho de poder pisar su taller, compartir las intimidades de su creación, y acariciar a los gatos que sestean junto a la cafetería...
Ya he dicho otras veces que la delicia de este lugar es precisamente la de poder charlar con Miró un rato, a solas y en la intimidad, y eso no tiene precio... y encima, suelen programar exposiciones interesantísimas (aquí conocí en persona nada menos que a Patti Smith, ahí es nada). Que luego no vaya la gente... pues allá cada uno.
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