La cosa empieza tal que así: una vez en Barcelona, allá por el año 1999 (hace casi diez años: fue en junio porque recuerdo que tenía exámenes), mi amiga Súsua me convenció para que fuésemos al cine Verdi a ver la última peli de Terry Gilliam, que se llamaba "Miedo y Asco en Las Vegas" y que parecía que iba a estar chula... y yo, que no estaba para muchas tonterías, acepté. Recuerdo cómo se me desorbitaron los ojos al ver a Johnny Depp perseguido por murciélagos y a Benicio Del Toro gordo como una nutra con bigote y dando voces (además de que se parecía irresistiblemente a un familiar, lo cual le añadía aún más pimienta al asunto): carreras de motos, drogas y alucinaciones, colas de lagarto y la pequeña Lucy (irresistible Christina Ricci) diciendo "Dios te ama"... y aquella mente lúcida de calva juvenil (al menos en eso nos parecemos), gafas rojas y boquilla de nácar mirando a través de su máquina de escribir y diciendo verdades que hacían temblar la sala. Fue un hechizo: salí de allí gritando (nunca he visto a Susu tan asustada), diciendo que al día siguiente tenía un examen pero al cuerno el examen, yo quiero drogas y rock and roll...
Luego, poco a poco, me fui enterando de quién era Hunter S. Thompson, que detrás de esa peli incendiaria había una novela más incendiaria aún, y que lo más interesante de todo es que ese tío era DE VERDAD, es decir, que escribía como vivía, o mejor aún, que vivía muchísimo más locamente de lo que escribía. Descubrí antes de todo eso el cómic "Transmetropolitan", de Warren Ellis y Darrick Robertson, cuyo personaje precisamente estaba inspirado directamente en Thompson... supongo que no fue casualidad que me enamorase de Spider Jerusalem hasta la médula.
Eso sí, reconozco que tardé en leer la novela, y de hecho la primera edición que tuve fue en inglés... comprada (lo juro) en la tienda del Ejército de Salvación que hay al lado de mi casa, por un eurillo. Es vieja de pelotas, pero tiene los dibujos originales de Ralph Steadman y una dedicatoria a bolígrafo que la hace muchísimo más atractiva: "Iain Russell: This (subrayado) is your life!!" Fue más tarde cuando hablando con Hèctor Hernández (el escritor y guionista de Los Lunnis) le recomendé el libro, y se compró una edición por la red que según sus palabras "era muy mala": resultó ser nada menos que la primera española, aquella de la mítica colección "Star Books" (el número 27 de la colección, para ser más exactos) de 1979. Como yo tengo cierto cariño a dicha colección (heredé de papá unos cuantos volúmenes, gracias a lo cual conocí los poemas de Jim Morrison o los balbuceos de Ginsberg), le compré un volumen Anagrama (que desde luego en cuanto a edición es bastante mejor) y finalmente me leí el libro... descubriendo que sí, que es una paranoia alucinógena, pero a ver quién es el guapo que dice que no le habría gustado escribir algo así después de haberlo vivido primero.
Y hace ya algunos años que en mi estantería hay un rincón que yo denomino "el cajón beat", a donde va a parar toda la literatura de este tipo, que está agazapada y esperando una oportunidad... no porque no pase ganas de leerla (aunque a veces pienso que se me está pasando el arroz, literariamente hablando), sino porque no es el momento. El cajon beat es, de momento, un sueño que duerme el ídem de los justos, entre cambios de vida y de mentalidad... pero cuando paso la vista por los lomos algo me escuece bajo los párpados, y me veo a mí mismo en una mugrienta habitación escupiendo frases enteras en una máquina de escribir y rodeado de todos estos libros, creando una novela que incluso ya tiene título y todo. El otro día, precisamente, el Pako me regaló un ejemplar Bruguera de otro libro mítico que también descubrí en circunstancias míticas y que también leí en Barcelona, en este caso recién llegado: "El Almuerzo Desnudo", de William S. Burroughs, que cambió para siempre mi concepción del mundo... uno de estos días postearé un relato que le debe mucho a Bull.
Así pues, nene, yo te regalo mi copia en inglés del "Fear and Loathing", porque te la mereces y porque me regalaste otro de esos incunables que siempre vale la pena tener... y porque algún día me lo volveré a comprar, tal vez en la misma New York, o en Tánger, quién sabe.
Después de todo, Anexia sigue esperando...
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