Sí, aunque parezca mentira (y aunque lo ponga aquí con un pelín de retraso), así es: el pasado 18 de julio tuve el inmenso placer de ir a visitar nada menos que el “Rainbow Warrior”, buque insignia de la organización ecologista Greenpeace que estaba en Palma para pedir la creación de un santuario libre de pesca para que el atún rojo se pueda recuperar (y esperemos que lo consigan). Es todo un placer caminar por la cubierta de este barco cargado de historia (¡algunas de sus partes aún son de madera!) y de hazañas, de esas hazañas que sí vale la pena ensalzar y alabar con sinceridad: a estas alturas de navegación, el Warrior es una leyenda, y como tal es tratado allí donde va (no me esperaba que hubiese tantos visitantes, ni que nos tratasen con tanta cordialidad: hasta nos dieron un folleto impreso majísimo).
Por mi parte, me encantó poder pisarlo después de tener durante años un póster colgado en la pared en el que se podía ver al viejo y al nuevo, cuando me leía la historia de la organización (en un libro que me regaló Milu) y soñaba con recorrer los mares avistando ballenas y luchando contra japoneses o islandeses (eso aún lo sigo soñando). Y, curiosamente, parece que tengo el honor de haber estado incluso en el primer “Rainbow Warrior”, que papá me llevó a ver allá por los 80’ a este mismo puerto (según me dijo, en esa época no había nadie visitándolo, claro). Hoy, me alegro de que sea noticia su arribada al puerto, que la gente vaya a verlo y pase un rato agradable con sus amables tripulantes, y de que quede gente capaz de hacer cosas como las que hace Greenpeace...
Una de las fotos que le saqué, ese mismo día:
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