Trasteando por el blog, caigo en la cuenta de que últimamente no he colgado las columnas de los meses pasados... pero como en total son cuatro, pues las pongo ahora, y listo:
-“Nudismo urbanita”: jueves, 6 de agosto de 2009.
Hay noticias que uno no se resiste a comentar... y más si son de esas que invitan a segundas y terceras lecturas: un hombre de 38 años se paseaba completamente desnudo por la ciudad israelí de Tel-Aviv, y su argumento era tan original como que él era el hombre invisible, así que por lo tanto nadie le estaba viendo y a nadie podía ofender.
Además del evidente deterioro psicológico del sujeto (y de las también evidentes sonrisas que nos pueda provocar semejante explicación a dicha conducta), es buena cosa darle un par de vueltas al tema y plantear cuestiones paralelas. Por ejemplo, la más clásica de todas: ¿por qué debería ofenderse nadie ante la visión de un cuerpo desnudo? Y si le damos una vuelta más, tendremos otras visiones diferentes: ¿por qué debería estar prohibido el nudismo en las ciudades? O también: ¿por qué un simple hombre desnudo (que presumiblemente no ha atacado a nadie, ni se ha exhibido obscenamente delante de nadie, ni ha increpado a nadie) es un tema de escándalo de tal magnitud?
Respecto a la prohibición del nudismo en la vía pública, es curioso constatar el hecho de que, por ejemplo, en Barcelona está permitido (lo dijo su alcalde en un informativo nacional, después de aquellas famosas fotos que Spencer Tunick hizo en la ciudad... aclarando eso sí que no incentivaba a nadie tampoco a que lo hiciese). Y respecto a lo de que un hombre (o una mujer) desnudos, estén donde estén, sean algo tan escandaloso... pues qué quieren que les diga: es un tema que he investigado a conciencia durante mucho, mucho tiempo, y del cual nadie ha sabido darme una respuesta satisfactoria (por mucho que lo hayan intentado) más allá del tradicional y fanático “porque sí”.
Así que supongo que la culpa de no entenderlo es mía, después de todo...
-“Nudismos y miradas”: domingo, 9 de agosto de 2009.
Es tiempo de ir a la playa, eso nadie lo pone en duda. Es de dominio público el deseo estival de ir a refrescarse y a tostarse alternativamente a las superficies arenosas que hay junto al mar y a las que el resto del año apenas hacemos caso como no sea para paseos melancólicos o pescas ocasionales... y el verano es también un buen amigo del nudismo, lo mismo que ciertas playas (que no todo son cuerpos desnudos en la viña del Señor, ojo). Pero no es mi intención defender el nudismo para aquellos que no lo practican o que se escandalizan con él, ni tampoco es mi intención revindicarlo como una forma de vida más libre y diferente (eso ya se encargan otros de hacerlo, y mucho mejor que yo, afortunadamente). Cada uno, que haga lo que quiera...
Aunque sí me gustaría añadir algo, a riesgo de parecer grosero o “impuro”: aquellos que hacemos nudismo deberíamos estar orgullosos tanto de mirar como de ser mirados. Simple y llanamente, porque el cuerpo desnudo (con todos sus matices y todos sus defectos) es hermoso, y eso ya lo sabían los antiguos que esculpieron las estatuas y pintaron los frescos clásicos. Y lo digo porque hay veces que los nudistas “profesionales” se escudan en argumentos del tipo “en realidad para nosotros es igual que ir vestido” o “defendemos la privacidad a pesar de no llevar ropa encima” porque “nuestro objetivo no es mirar o que nos miren”...
Pero hay algo que todo el mundo parece obviar a propósito: todos nosotros nos miramos, y mucho, y muchas veces sin ningún recato, cuando vamos vestidos. Y aquel que no quiere que le miren cuando va vestido, ya se preocupa de hacer todo lo posible para conseguirlo... así pues, simplemente ¿por qué no estar orgulloso de ser mirado y de mirar, vestidos o desnudos?
-“Monos vestidos”: jueves, 13 de agosto de 2009.
Utilizo una definición de Marayat tergiversada de otra todavía más famosa para contar una de esas historias intrascendentes del verano que, como siempre, dan que pensar. Hace no muchos días, estaba viendo la televisión con gesto soñoliento y asueto veraniego (al tiempo que hacía otro tipo de cosas, pero no voy a entrar en detalles porque luego me llaman intelectual), cuando de repente me encontré con una variante de concurso que me llamó la atención sobremanera: consistía el asunto en llamar por teléfono, escoger a uno de los modelos que están detrás del presentador (dos chicos y dos chicas, en este caso concreto) y pedirles que se despojasen de una de las escasas prendas que llevaban encima... ya que ellas iban en bikini y ellos en bañador, con un pareo añadido. Así pues, la concursante en cuestión escogió a una de las chicas, a la cual el presentador pidió (textualmente) que se desnudase... y con un primer plano de cámara que abarcaba de forma única y exacta y exclusiva apenas unos 15 centímetros de piel que iban de debajo del ombligo a lo alto del muslo, la modelo se quitó el pareo para dejar al descubierto la cifra que le habían pegado en su pierna derecha y, desde luego, un minúsculo tanga.
Y lo que son las cosas: lo que me dio que pensar no fue la modelo, ni la parte de su anatomía apenas velada por un par de fibras, ni la dinámica del concurso, ni las falsas sonrisas... sino la certeza absoluta de que, si no fuese por aquellas dos franjas de ropa que representaban poco más que treinta centímetros cuadrados, ese concurso que está plenamente aceptado por toda la sociedad se convertiría en un escándalo sin precedentes que todo el mundo estaría dispuesto a denunciar como algo obsceno y asqueroso.
Sin duda, seguimos siendo monos vestidos...
-“Eros y fascículos”: miércoles, 9 de septiembre de 2009.
Los finales de época suelen traer aparejados desde hace unos cuantos años un fenómeno que además de mover muchos asuntos económicos (que parece ser que demostrado está), causa a veces asombro y a veces sonrisa: estamos hablando, claro está, del asombroso mundo de los fascículos coleccionables, que (otra vez) asaltan los kioscos con propuestas de todo tipo y de toda clase.
Pero no escribo esto para ni mucho menos condenar dicha práctica o exponer las sempiternas quejas que cada vez acompañan a dicho fenómeno (porque siempre hay los que reiteran su enfado contra las casas editoriales y cosas así), sino precisamente para animar a que la temática de esos fascículos se acerque más a lo que a tantos de verdad nos interesa. Porque ya puestos, y visto lo que hay, ¿acaso no sería rentable publicar una colección de ‘Clásicos de la Literatura Erótica’ (o mejor aún, una ‘Selección de Libros Sensuales Inéditos en Lengua Castellana’), regalando por ejemplo “Justine” del Marqués de Sade o “Las Once Mil Vergas” de Apollinaire y ofreciendo una colección de títulos que (verdaderamente) no deberían faltar en ninguna biblioteca? ¿O qué tal una “Colección de Juguetes Para Adultos’ que pudiesen descubrir todo ese mundo a un módico precio, o un ‘Juego de Fichas con las Posturas más Placenteras Para ti y tu Pareja’ que ayudase a despertar la imaginación? Incluso tal vez, por qué no, un ‘Cómo Aprender a ser un/una Amante verdaderamente eficaz’...
Aunque tampoco es tan descabellado pensarlo, después de todo: teniendo en cuenta que hay revistas que ofrecen (buenas) colecciones de cine sensual de forma habitual, y que en el mundo de los fascículos todo es posible (personalmente, el más extraño que he visto ha sido un coleccionable de sacacorchos), quizá no vayamos desencaminados...
Por mi parte, el de libros sensuales inéditos en lengua castellana me lo compraría sin dudar.
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