La cosa surgió allá por octubre (doble aniversario, por lo que veo) del año 2005, cuando finalmente pude acudir al cursillo que Marianne Costa (en aquel entonces pareja sentimental de Alejandro Jodorowsky) celebraba en Madrid tratando el asunto de la psicogenealogía (es decir, el estudio del árbol genealógico y sus repeticiones y complicaciones). Aparte de que fue un cursillo maravilloso del que guardo excelente recuerdo y que recomiendo encarecidamente a todo el mundo (porque además Marianne es una excelente terapeuta), cuando me tocó el turno estuvimos hablando de mis deseos y anhelos, y de lo que yo quería o no... y una de las cosas que le dije, por supuesto, era la de que quería dedicarme a la escritura, profesionalmente. Y en lugar de todos los estúpidos consejos que suele darte la gente en plan “si eso es muy difícil, hombre, deja de soñar”, ella me dio un acto de psicomagia.

Conozco de sobra las motivaciones y los mecanismos de la psicomagia, por lo que acepté de inmediato, claro. Y lo primero que hice fue buscar a Daniel Odier (a quien por cierto Marianne me dijo que conocía personalmente), que vino a Barcelona a dar un intensísimo curso de yoga en mayo del año siguiente. Desde luego, tenía muchas más razones para ir a verle que no la del premio, pero por supuesto, aproveché... y la vida se encargó de facilitármelo: un día de camino a la academia pasé por delante de un Casal de Joves donde se anunciaba un cursillo de cerámica gratuito y de dos días de duración. Yo creí que me serviría de base para el verdadero trabajo, y al final se acabó convirtiendo en el trabajo mismo, porque desde el principio hice una placa de 22 por 22 centímetros (magia, que no falte) donde puse en altorrelieve el círculo rodeado de hojas por un lado... y de paso, le hice un favor al Casal, porque fui el único que se apuntó al tema (la profa estaba encantada conmigo). Para terminarlo, me puse en contacto a través de nuestra amiga Marian con un ceramista profesional de Pòrtol, donde en una hermosa y antigua teulera pude darle a la cosa los necesarios engobes para fijar el color, y luego poder cocerlo como mandan los Dioses en un auténtico horno de arcilla... El toque final se lo dio una bolsa de correos que me había enviado Olga (regalándome un cinturón que era justo de lo que me había deshecho por consejo de Marianne... se lo devolví de inmediato, porque aunque no me lo regaló con mala intención ni mucho menos, yo no quería saber nada de semejante prenda), en la que encajó perfectamente la placa y que aún hoy le sirve de eficaz protector.
Así pues, y con ello a cuestas, me planté en el curso de Odier, y después de pedirle a la traductora que me ayudase a explicárselo, va el tipo y me dice que ya sabe de qué va el tema, porque Marianne y Alejandro se lo explicaron. Por lo tanto, le tendí la placa, la contempló durante un momento mientras la sostenía en las manos con gesto de admiración, y luego me la devolvió con una de sus medias sonrisas... sin hacer demasiado caso a las palabras elogiosas hacia sus otros libros (novelas que están publicadas en español, pero hace ya muchísimos años). Como ya he dicho antes y como constato años después, Odier ha sido uno de esos maestros que me ha cambiado la vida, y para bien... así pues, muchísimas gracias.


Además, después de todo, me gano la vida con la escritura, ¿no?
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