Ya es otoño, desde ayer a las 10’21’’ hora peninsular.
Anteayer mismo nadé en la piscina por última vez, despidiendo un verano que
como no podía ser de otra manera, ha sido agridulce. Precisamente, estoy
descubriendo que “agridulce” es el mejor calificativo que se le puede aplicar a
la vida, en general: nada es blanco ni nada es negro, y todo es dulce y amargo
al mismo tiempo... Como el verano que termina, como el otoño que comienza.
Y mira por dónde que ya he perdido la cuenta de los años, y
no sé cuándo comencé este blog, allá por otra vida y por otra existencia...
pero lo importante es lo de siempre, que aquí estamos, y que a pesar de todo lo
sucedido, aquí seguimos, esperanzados y contentos de hacer lo que tenemos que
hacer, que a fin de cuentas es vivir. Anteayer mismo volví a la Universidad a apuntarme
por tercer año al Trabajo Final de Máster, con el ánimo de acabarlo en junio de
una santa vez, porque además de que se lo debo a quien se lo debo, es más que
necesario hacerlo...
Y mientras tanto, además de ordenar y metaordenar y
ultraordenar, seguimos escribiendo, aunque parezca mentira. Tanto y tan variado
que los libros se van amontonando en el stand de mi editor y ocupando cada vez
más espacio. Pronto no sabremos qué hacer con ellos, pero de momento ahí
seguimos, esta vez con estas “Historias Élficas” que tan bien se venden, y a
las que como siempre el grandísimo Raúlo Cáceres pone sus talentos, de forma
espontánea o premeditada, que el resultado siempre es igual de grande, claro
está.
Y mientras tanto, afrontamos el otoño con sensaciones agridulces,
viendo la vida y tomando sus riendas de la mejor manera posible... y ante todo
y sobre todo, procurando disfrutar, que para eso es para lo que estamos aquí.
Así pues, feliz otoño.
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