Lo dicho, el mes pasado me lo tomé de blogueo sabático... así que ahora toca recuperar, empezando por las columnas (y aprovechando que hoy he mandado al periódico unas cuantas nuevas):
-“Habitación en Roma”: jueves, 5 de agosto de 2010.
Julio Medem, ese cineasta patrio que tan poéticos y sedosos momentos nos ha regalado en las salas de cine, apuesta esta vez por un encargo y se atreve a rescribir una historia ya hecha, transformándola en suya sin ningún problema y sin ningún género de dudas. Y en ella, en esa película llamada Habitación en Roma donde apenas hay dos personas nada más, nos presenta todo un abanico de posibilidades entre dos mujeres (siempre estupenda Elena Anaya, aquella que nos martirizó los sentidos como nadie precisamente en Lucía y el Sexo, y agradable descubrimiento Natasha Yarovenko) que se aman, o se quieren, o se desean, o se estiman... porque después de todo, como ha dicho el mismo director, “quizá mucha gente vaya a verla por el morbo, pero si solo van por eso, saldrán defraudados. Porque lo que se van a encontrar es una historia de amor.”
Y Habitación en Roma es una historia de amor, sí, de un amor profundo y tan apasionado como sólo puede serlo en circunstancias semejantes... y es precisamente eso lo que hace que la película sea ciertamente morbosa, o más concretamente, que sea sensual, o erótica, o estimulante, o lo que cada uno quiera llamarla. Porque hace falta muchísimo más que dos mujeres desnudas para lograr eso de una forma adecuada y sin fisuras, y Medem lo consigue de sobra tal vez no con la historia en sí (es cierto que hay veces que se le va por lugares extraños... pero después de todo, así es Medem, y esa es una parte indisociable de él), sino con la situación, con esa habitación como pequeño mundo en el que puede suceder cualquier cosa, donde los elementos se alían para ayudar a que la historia (nuestra historia, la de cada uno de nosotros) se alinee y lleve la dirección necesaria para conducir directamente hasta el amor, ese amor que lanza flechas que se clavan en lo más hondo del cuerpo con ese dolor tan dulce y tan punzante al mismo tiempo...
-“Vergüenza”: jueves, 12 de agosto de 2010.
Vergüenza. Muchísima vergüenza es lo que se puede llegar a sentir cuando abrimos las páginas de este mismo periódico y nos enteramos nada menos de que han apalizado a dos chicos en Alcudia por darse un beso en público. Por darse un beso... y porque eran dos chicos, claro: es decir, dos hombres; es decir, una pareja homosexual; es decir, dos personas del mismo sexo... y lo más increíble es que quienes lo han hecho (lo de la paliza, no lo del beso) han sido tres menores de edad. Es decir: tres chicos (menores de edad) apalizan a dos chicos (mayores de edad) porque se estaban besando en la calle.
“Tampoco es tan extraño”, podrá ser una de las reacciones a semejante conducta (la del apalizamiento, no la del beso), y después de todo, es un argumento válido: desde siempre, ha habido bárbaros capaces de preferir un puñetazo a un beso... y que, además, han calificado todo lo “diferente” (porque supongo que ese debió de ser el motivo de la agresión) como “peligroso” u “obsceno” o vaya usted a saber qué otras cosas. Son los mismos que tal vez apoyen a esos menores por lo que han hecho, y son los mismos que seguramente no lleguen a leer esto... porque parece improbable que sean capaces de saber leer.
Es curioso que hace muy poco hablásemos aquí de besos públicos, y de cómo decíamos que siempre nos sentíamos tentados a felicitar a aquellos que lo hacían con amor y descaro... y ahora, mira por dónde, de lo que más tenemos ganas es de pedir disculpas, a una pareja de hombres que por contribuir a la belleza del mundo se encontraron con la más estúpida de las intolerancias. Y por eso nos atrevemos desde aquí a pedir un acto de protesta que creemos es absolutamente necesario teniendo en cuenta las circunstancias: una concentración de besos públicos, de todos los tipos y de todas las formas... que los besos de amor, igual que los puñetazos de odio, no entienden de distinciones.
-“Las mujeres de Max Cantrell”: jueves, 19 de agosto de 2010.
Ya hablamos una vez de la Galería Berlín (ubicada en la palmesana Plaça de Sta. Magdalena) y de Rosario Fernández, su valiente comisaria y conductora, con motivo de aquella Bienal de Arte Erótico por la que apostaron hace unos meses. Siempre es un placer pasearse por un local tan agradable y con tanto gusto, y siempre es un placer charlar de arte con alguien que no tiene pelos en la lengua y con la que es verdaderamente fácil coincidir en gustos y en apreciaciones... y si además uno tiene la oportunidad de descubrir (o más bien volver a descubrir) a artistas de los que valen la pena, pues entonces estamos ante una combinación perfecta.
El asunto fue la exposición del pasado mayo en dicha galería, que llevaba por título el explícito “ni puta ni santa”, y que era obra de Max Cantrell: cautivado me dejaron de inmediato aquellas rotundas formas femeninas pintadas en blanco y negro y en gran formato cuyas curvas parecían desbordar los marcos del lienzo jugando con los claroscuros y con el atrevimiento de la seducción... Y al tiempo que entendía bien el título de la muestra, me di cuenta de que aquel pintor jugaba con mano maestra con las formas y personalidades de sus modelos extrayéndoles a veces una especie de sensualidad santificada que era bien capaz de borrar los límites entre esos dos mundos de pecado y virtud que muchos creen tan incompatibles... La visita fue, por supuesto, todo un placer para los sentidos.
Y precisamente por la observación detallada y el placer proporcionado, caí en la cuenta de que aquellas formas eran algo que me parecía conocer de otros lugares y momentos, y me decidí a investigar... y de momento, he sabido que Max Cantrell es sudafricano de nacimiento y que vive en nuestra isla, entregado a su pasión por la pintura con la que produce obras inolvidables. Seguiremos investigando... porque el asunto merece mucho la pena.
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