Son
unos cuantos los libros que tengo sobre la obra de Tolkien que por supuesto no
he leído ni leeré (enciclopedias, bestiarios, blablá... aunque de jovencito sí
me atrevía, sí, y a veces lo conseguía), porque son simplemente de consulta.
Sin embargo, el presente venía con la colección que compré hace años, y
aprovechando que ayer estaba trabajando en mis propias filologías, decidí darle
un empujón y leerme toda la parte de gramática que había empezado hacía ya
tiempo.
Mucho
más que interesante, el trabajo de Baixauli, recogiendo estudios propios y
extraños acerca de la más célebre de las lenguas inventadas por el maestro, que
ayuda mucho a comprender su estructura y que al mismo tiempo nos muestra lo de
siempre. Es decir, que Tolkien era, ante todo y sobre todo, un consumado
filólogo, por lo que los simples mortales sólo podemos jugar con las palabras y
rezar a todos los dioses habidos y por haber para que nuestras construcciones
de nombres propios resulten más o menos acertadas.
Sin
duda, Tolkien era grande: cada vez que uno flaquea en sus propios esfuerzos,
basta echarle un ojo a su amplia estela, y los ánimos vuelven con fuerzas
renovadas.
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