Como dije hace tiempo ya, la literatura erótica consiste en ir trillando gavillas hasta que das con una pepita de oro... y en este caso, oro ha sido lo que ha aparecido, porque la lectura de este libro es en sí misma una experiencia deliciosa. Escrito sin una sola palabra malsonante (cosa que en este caso particular era más que necesaria), con una delicadeza y una hermosura extraordinarias, y ante todo y sobre todo, preñado de una felicidad sensual (y sexual) que hacen de su lectura, como ya he dicho, toda una experiencia para los sentidos. Porque este magnífico libro pertenece a ese escaso club literario en el que la historia (personajes acaudalados y ocupados únicamente en vivir con total intensidad la idílica vida de la Riviera Francesa de los locos años 20’) te atrapa de tal manera que no sólo te permite experimentar placeres voluptuosos de todo tipo, sino que además te transporta al mundo del que habla (idealizado, tal vez, pero a quién le importa eso) y consigue al mismo tiempo transformar el que te rodea. Lo dicho, todo un placer...
Por el momento, e involuntariamente (es decir, sin que yo fuese a buscarlos), los volúmenes de “La Fuente de Jade” aún por leer se me han acumulado en demasía para mi gusto, así que ahora me concentraré en leer los que tengo en mi poder... pero si, como dice la solapa del presente, las obra de Anne-Marie Villefranche son parecidas a la que aquí nos ocupa, ardo en deseos de leer todas y cada una de sus páginas.
Sin duda, una obra IMPRESCINDIBLE en cualquier biblioteca que se precie.
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