Aprovechando esta última estancia en Madrid, y repasando la biblioteca de mi hermana y mi cuñado en aquella casa de Hermosilla que ya ha dejado de ser suya (para mal y para bien, pero sobre todo para bien), caí en la cuenta de que me había leído un libro de Omar hace bastante, y no lo había comentado aquí pese al profundo impacto que me causó: se trata de “La Memoria del Tiburón”, de Steven Hall.
Como ya he dicho a veces, no suelo leer demasiada narrativa, pero el caso es que mi cuñado insistió en el hecho de que esta novela era algo fuera de lo común, y reconozco que no se equivocaba. Definida por algunos como un hijo bastardo entre “Matrix” y “Tiburón”, es una especie de obra de ciencia-ficción que encajaría perfectamente en un género literario que yo mismo hubiese querido explorar más profundamente de más joven, y al que llamé “metanovela”: la idea era precisamente ir más allá tanto en la narración como en lo narrado, más allá de la ciencia-ficción o del tiempo presente o pasado o futuro o de las modas o de las paranoias personales... y este libro lo consigue de una forma sorprendente.
Una lectura que no deja indiferente, puedo asegurarlo, y que pese al tiempo que ha transcurrido desde que la leí, recuerdo con toda nitidez... lo cual no siempre me sucede.
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