No es que yo sea ni mucho menos un gran fan de Bruce Springsteen, pero a cualquiera que le guste un poco la música, no dejará de conocer algunos de los clásicos del “Boss”, y al mismo tiempo sabrá de sobra que no es un tipo al que se pueda pasar por alto impunemente (y menos, en concierto). De este modo, y auspiciado tanto por buena compañía como por las inmejorables críticas de esta última gira, nos embarcamos en la misión de conseguir las entradas y de ir a Barcelona a hacerle una visitilla...
Por mi parte, siempre he dicho que Springsteen es una pequeña lotería, ya que con registros tan amplios uno puede tener la relativa mala suerte de que al Jefe le dé por hacer un concierto acústico donde ni siquiera mire para los clásicos y se limite a tocar cosas de su último disco (lo cual estaría perfecto si uno, como fan, viviese en Nebraska y le pudiese ver de vez en cuando). Pero con una única oportunidad de verle en vida, o dos, como mucho, pues eso, que a ver qué es lo que ocurre, y allá que vamos.
Y esta vez, puedo decir con justicia que nos ha tocado la lotería, porque ya no es el hecho de que su último disco sea precioso (y que por lo tanto sus canciones suenen divinamente aunque no se hayan oído mucho, como en mi caso), sino que, a diferencia del que había ofrecido en Sevilla un par de días atrás, y tras momentos que ya eran inolvidables (“Waiting for the sunny days”), de repente empezó a sonar la armónica de “The River”, para dar paso muy pronto nada menos que a “Human touch”... y cuando ya nada lo hacía presagiar, sonó lo que tenía que sonar. Sí, así es: el Boss nos tocó “Born in the USA” con toda su potencia, y el delirio ya fue imposible de explicar.
Que ha merecido muy mucho la pena, vaya, y que esto de ir a Barcelona una vez al año a ver un concierto memorable, se está convirtiendo en una sana costumbre. A ver si un año de estos se nos acercan U2, que también están en la lista de los nunca vistos.
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